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Franco Cartello                             


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LA AMISTAD Y EL VINO...

Hace algunos años, en oportunidad de realizar un viaje en auto por Italia, mi esposa y yo visitamos -entre otras ciudades- Roma, Peruggia, Siena, San Gimignano, Florencia y ¡Ravena! Esta es una ciudad inexplicablemente poco visitada por los turistas. En sus templos y monumentos históricos contiene los últimos vestigios artísticos del Imperio Bizantino.

Durante los últimos años, Italia comenzó a redescubrir un vasto patrimonio en tesoros de arte, y sobre todo sus incomparables mosaicos, que la hicieron famosa en todo el mundo.

Visitamos allí la Basílica de S. Apollinare in Classe -donde todo el interior, con sus naves y sus columnas- y en especial los mosaicos del ábside, son de una belleza sobrecogedora; luego S. Apollinare Nuovo, el Mausoleo Galla Placidia (¡increíble!), el Batistero de la Catedral o Batistero de los Ortodoxos...

Continuamos nuestro periplo por Venecia, Verona, Lago di Garda, hasta que, finalmente, por la autopista A4, arribamos al cinturón de Turín, y de allí por la ruta estatal 23 llegamos a Pinerolo. Durante todo este recorrido nuestro interés se centró en la información histórico-cultural que nos brindaban las ciudades y regiones visitadas.

Pinerolo -que significaba para nosotros otro aspecto turístico- es una ciudad que está situada en el Piamonte, aproximadamente a 40 km. de Turín, en la ruta de bajada de la estacón de ski de Sestriere, cercana a la frontera con Francia. Histórica ciudadela situada en parte sobre el flanco de una colina, a la entrada del valle del Chisone, es un centro industrial y comercial y sede obispal. Ciudad muy elegante, con negocios importantes montados al estilo de Turín.

Esto que estoy describiendo justificaría por sí solo la estada en la misma, pero no era la única razón ni la más importante. Mi amigo Sergio nació, vivió, y su familia aun vive en Pinerolo. En realidad, su casa materna está en Bricherasio, a 6 km. de Pinerolo, en pleno campo. El fue quien me describió las "Langhe Piamontesi" y me sugirió que me detuviera allí y visitara su casa y su familia -que en ese momento estaba constituida por su madre, su hermana María Teresa y su cuñado Franco Cartello. La verdad, no me defraudaron, ni las "Langue" ni su familia.

Bricherasio es un pueblo de campo que atiende fundamentalmente las necesidades de la campiña cercana, un típico viejo pueblo del interior de Italia con las características del Piamonte.

La casa de la familia está a unos 2 km. de Bricherasio. La construcción es de 1677, y por una ley nacional no se puede modificar su aspecto exterior. Una placa colocada sobre su aljibe indica que el mismo fue construido en el año 1577. Consta de un sector que se mantiene tal como fue originalmente, y otro que fue reformado y modernizado internamente, con todo el confort y comodidades de una casa moderna en el campo italiano, teléfono incluido. Sus paredes medianeras, de más de 50 cm. de espesor, dan una idea del tipo de construcción que -ya dijimos- data del siglo XVII. "La Cioca" (así se llama) está elevada sobre el nivel de la calle y de la ruta que conduce a Pinerolo, y que pasa a escasos 400 mts. En el invierno las temperaturas alcanzan 20º bajo cero y la nieve puede llegar a tener 1,50 mts. de altura.

Cultivan su propia huerta, que permanece cubierta por una carpa de plástico para crear un microclima, sobre todo en el invierno. De allí obtienen todas las hortalizas necesarias para su alimentación.

La madre de Sergio -de 85 años y que había nacido en esa casa- tomaba con la comida sólo un vaso de vino (lleno, se entiende). Franco, buen amigo, es jubilado de una industria mecánica donde fabricaban grandes matrices para tractores. María Teresa, la hermana de Sergio y esposa de Franco, también está jubilada. Entiende y habla algo de Español, y cocina como los dioses. Cada plato es una creación piamontesa.

Entre ellos hablan en Piamontés, que tiene alguna raíz provenzal combinada con Italiano. Para mi, ininteligible. Con nosotros hablaban en Italiano, pero a veces Franco -sin darse cuenta- comenzaba a hablar en Piamontés, y era entonces cuando María Teresa le llamaba la atención para que hablara en Italiano, cosa que le costaba cierto esfuerzo, sin duda.

Franco se ocupa normalmente de la huerta, de los arreglos de la casa, de la lectura, también escucha música que lo apasiona. Desde ya, también se ocupa del vino. Normalmente suele ayudar a sus vecinos con la cosecha, y está siempre dispuesto a dar una mano; como tiene conocimientos generales, lo hace con eficiencia.

Y toma vino. Lo compra directamente en las "Cantine" (bodegas). No siempre en las mismas. Gracias a sus buenas relaciones con los vecinos recibe las informaciones exactas de quién obtuvo el mejor vino ese año, en qué pequeña cantina, en qué caminito, en cuál montaña. Dos a tres veces en el año carga sus 3 damajuanas de 50 litros cada una en su Fiat y por la mañana tempranito -con su bocado para comer antes de degustar el vino- parte a recorrer las "Langhe Piamontesi" atravesando pueblitos insólitos, muy antiguos, pintorescos, hermosos, combinando caminos como sólo un baqueano que ha vivido toda su vida en el Piamonte puede hacer, hasta ubicar la cantina que le indicaron. Conoce de cada pueblo el día y la calle donde está la feria, en consecuencia sabe cómo desviarse para poder cruzarlo; sabe quién hace una masas deliciosas en el camino de vuelta...

Ya en su casa, desde el coche mismo comienza con el trasiego del vino a sus botellas de 1 y 2 litros, lavadas y secas, las encorcha, les pone una etiqueta escrita a mano y las baja a su cantina, donde van a parar (en el sentido estricto de la palabra) a los estantes.

La cantina está en el sótano de la casa, donde las condiciones de luz, temperatura y humedad son las ideales para la conservación del vino.

El hotel en el que nos alojamos en Pinerolo, el Regina (merece un comentario aparte), está frente a la plaza Garibaldi. Tiene alrededor de 150 años. Las habitaciones están ubicadas en el primer piso. Se sube por una escalera crujiente, con un pasamos que se mueve al compás del ascenso. Sus pisos son de madera -vaya uno a saber cuántos años tienen- que cede bajo nuestros pies, rezongando. Las habitaciones son grandes, altas, luminosas, muy limpias. El hotel tiene una cafetería con una barra para desayunar sabrosos capuchinos, y un gran comedor frecuentado por mucha gente en el almuerzo y la cena.

En "La Cioca", cocinando María Teresa, la comida era un festín. Y allí tomé por primera vez el dolcetto, un vino fresco y delicioso, que no sólo me gustó a mi sino también a mi esposa, que usualmente no tomaba vino. Franco abrió una botella antes de comer, y brindamos todos por el encuentro. Para la comida subió con una botella de dos litros de Barbera -no recuerdo que haya sobrado... Deliciosos ambos. Antes de cenar pedí conocer su bodega. Bajamos a un sótano con estantes, muy funcional y ordenado. Le saqué una foto y subimos nuevamente al comedor.

Lo que me llamó la atención, pero no me atreví a preguntar hasta después de la tercera o cuarta copa, fue por qué mantenía las botellas paradas en los estantes, contra todo lo que yo sabía con respecto al estibado de vinos. Su respuesta fue muy clara y convincente. El carecía de posibilidades económicas como para comprar corchos de gran calidad. Adquiría sus corchos en el mercado callejero (la feria), baratos y de calidad mediocre. En consecuencia, suponía que si acostaba las botellas como indican las buenas costumbres, el vino se contaminaría con el corcho. Como además se toman el vino en 4/5 meses, el corcho no tiene posibilidades de secarse demasiado y provocar una oxidación prematura.

Efectivamente, uno debería saber con claridad por qué utiliza determinados insumos en el envasado del vino, para cada caso en particular. No tendría sentido utilizar un corcho de 4,5 cm. de largo, importado de Portugal, de gran calidad, caro, ni botellas especiales, ni cápsula de estaño plomo, ni etiqueta suntuosa, para un vino que se debe tomar en 4/5 meses, o digamos en el año. Estamos encareciendo un producto, brindándole todos los insumos que corresponden a un vino de crianza, cuando en realidad se trata de un vino joven que no fue elaborado con un proceso que lo habilite para durar varios años. Del mismo modo, a un vino de crianza no se lo puede envasar con insumos inadecuados (corcho y botella especialmente) y afirmar que durará mucho tiempo e incluso mejorará, cuando en realidad el mal corcho y la mala botella harán que la vida del vino se acorte rápidamente.

Nuestra visita a Pinerolo fue una experiencia muy linda, distinta, que valió la pena, culminada con un regalo memorable; en la despedida, Franco nos obsequió algo que él apreciaba mucho: una botella de Barolo 1964. Aun la conservo. ¡Vacía, por supuesto!

Ya de regreso en Buenos Aires, tomamos esa botella con mi amigo Sergio y nuestras esposas. El comentario de Sergio fue que su cuñado había congeniado mucho conmigo como para regalarme ese tesoro. A él, nunca le había regalado algo igual.

Nos guia el convencimiento de que la prueba de la calidad del vino, está dentro de la botella, no en la etiqueta.
 

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